sábado, 26 de junio de 2010

RETALES DE RECUERDOS




Recuerdo que una vez cuando era pequeña, tendría unos nueve años, me quedé contemplando una casita de las Barbie que me habían regalado. La casita era de plástico, y lo que resultaba ser una casita para las Barbie no resultaba para nada una casita diseñada para ellas: no cabían por la puerta y se habían esmerado en hacer los techos demasiado bajos. Además, era imposible manejarlas una vez te las habías apañado para que entraran dentro. Pero no importaba, yo estaba maravillada contemplando la casita e intentando añadirla en mi programa de juegos, intentando descubrir alguna utilidad oculta. En aquel entonces yo jugaba en el recibidor. En mi habitación no había suficiente espacio y, en el salón, mi padre no soportaba que su hija hiciera el más mínimo ruido. Así pues, podía resultar un tanto desconcertante abrir la puerta de casa y encontrarte a tu hermana pequeña jugando ahí. Lo mejor eran esas preguntas obvias para respuestas completamente obvias: “¿Qué haces aquí?”. Mi respuesta obvia era “jugar”.
Creo que esa pequeña alegría artificial que me aportaba esa casita de las Barbie me duró un tiempo, y en unos de esos momentos en los que fui maravillada a la cocina, mi madre me comentó que hubo un tiempo -en el cual yo aún no había nacido- en que mi padre, para ganar un dinero extra, se las apañaba haciendo casitas de madera. Aunque me costaba mucho imaginar a mi padre haciendo casitas de madera… bueno, el era obrero, se dedicaba a la creación de casas a mayor escala, empleando otros materiales y haciendo techos y colocando puertas a la altura correspondiente. Así pues, por qué no iba a ser posible.
Las casitas de madera son bonitas incluso a medio hacer, creo que sólo habiéndose creado su estructura, esa casita ya es bonita. Y digo que es bonita porque la tonalidad de la madera tiene algo que te embriaga haciéndote sentir bien, aportándote calor. Lo que de ella te puede causar repulsión es el tacto. Una casita de madera la contemplas y te parece bonita, pero si la tocas y esa casita no está pulida te causa una sensación adversa.
Mi familia era algo así. Desde fuera podía parecer una familia normal, pero una vez la podías ver de cerca, causaba una repulsión extrema. Y ahí es cuando se confirma la regla. Las apariencias engañan.



Laura González Barro